miércoles, 21 de octubre de 2009

"Lo importante es amar, tan inmenso es el abismo..."





















Es de tarde y el calor de la primavera comienza a sentirse en las calles de Gualeguaychú. En la plaza San Martín el sol se cuela por la copa de los árboles, abrazando con sus rayos la imagen de los niños que juegan en el carrusel.
Evangelina, observa con atención a su hija Florencia, de 8 años con ojos de madre atenta y protectora, mientras la nena juega en las hamacas: “Flor siempre me dice que la cuido demasiado, pero es que a mi de chica eso no me pasó y yo no quiero hacer con mi hija lo mismo que mis padres hicieron conmigo”, afirma con seguridad Evangelina.
Ella tiene 23 años y vivió desde los 15 hasta los 18 en el Instituto José León Torres, más conocido en Gualeguaychú como el Hogar de Niñas. Nació en la cuidad de Paraná y tuvo una infancia marcada por los abusos y la violencia, tanto física como psíquica. “Cuando mi papá tomaba no había forma de controlarlo, se ponía agresivo con mi mamá y conmigo, yo creo que por eso ella no soportó más y se fue”.
Después de tantas peleas y golpes los padres de Evangelina se separaron, la madre se fue y nunca más volvió a verla: “Me dijo que iba a volver a buscarme cuando encontrara un lugar para que viviéramos juntas, pero no regresó y la vida junto a mi padre fue insoportable”, recuerda la joven con tristeza.
Ella cuenta que cada vez se ponía más violento, tuvo que dejar de ir a la escuela y conseguir un trabajo porque no tenían para comer: “Empecé a ayudar en el almacén que estaba en la esquina de casa y ahí me pagaban con comida, pero mi papá quería plata para el alcohol, entonces me pegaba cada vez que volvía de trabajar”. En una de esas ocasiones una vecina la escuchó gritar y denunció al padre de Evangelina, “a partir de ese momento comenzó otra etapa de mi vida”, dice la chica con nostalgia. El juez determinó que tenía que vivir con su tía “pero yo era muy rebelde y los 2 años que pasé con ella no pudo controlarme”, por eso la justicia dictaminó que debía vivir en el instituto de Gualeguaychú hasta la mayoría de edad o hasta conseguir una familia adoptiva.
Los años en el hogar de niñas tampoco fueron los mejores para Evangelina, durante el primer tiempo se negaba a comer y se ponía agresiva con sus compañeras y celadoras. “Después me fui acostumbrando, empecé a ir a la escuela que tiene el hogar, donde terminé la primaria y conocí otros chicos”.
Evangelina, atravesaba entonces, la rebeldía de la adolescencia, por eso es que junto a otra compañera en varias oportunidades, se escapó del hogar, “quería intentar conseguir otro lugar para vivir, porque aunque me hubiera acostumbrado, yo no soportaba estar ahí”. En una de sus huidas del instituto conoció al padre de Florencia y al poco tiempo quedó embarazada.
Ella tenía apenas 15 años, cuando se la interroga sobre qué es lo que sintió siendo madre tan pequeña, Evangelina contesta: “En el momento lo pensé como la oportunidad para salir del hogar, creí que el padre de Flor me iba a llevar con él a su casa y viviríamos juntos”. Pero eso no fue lo que pasó, “cuando le conté él no me creyó y se fue, me dejó. Yo me deprimí mucho porque sentí, otra vez en carne propia, el abandono, pero esta vez no me dejaban a mi sola”.
Tiempo después nació Florencia y las cosas cambiaron, “me di cuenta de que yo quería que mi hija fuera feliz, entonces entendí que tenía que buscar un trabajo para que, cuando saliéramos del hogar, el juez no me la quite”. Así fue como, por medio de una de las celadoras, comenzó a trabajar como empleada doméstica en una casa de familia.
En ese lugar Evangelina conoció una familia de verdad, “ellos me trataron bien desde el principio, me hicieron sentir parte de la casa, en poco tiempo pasé de ser la mucama, a ser la hija que nunca tuvieron y eso me dio mucha felicidad”, cuenta con emoción. Por eso es que una vez cumplidos los 18 años, el juez determinó, que tanto ella como su hija, podían vivir en la casa donde trabajaba Evangelina y en la que hoy reside como un miembro más de la familia.
En la actualidad, la joven está terminando de cursar el secundario en el Bachillerato Avanzado para Adultos, de la Escuela Manuel Belgrano, “voy a estudiar tranquila porque se que Flor se queda bien cuidada, junto a las personas que ella siente que son sus abuelos”.
En la vida actual de Evangelina, todo es pensar en un futuro esperanzador junto a su hija, “por eso es que trato de no recordar mi infancia, yo siempre digo que mi vida empezó a los 15 años, mi vida nació con Flor”.
El bullicio de los niños en la plaza se va diluyendo de a poco, mientras Evangelina y su hija se alejan juntas, de la mano en dirección al oeste, donde el sol ya comienza a ocultarse y el atardecer tiñe de color coral la ciudad.

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